Todas las escuelas esotéricas enseñaron y enseñan lo mismo —cómo estar presente a la propia vida. Ya se llame consciencia, recuerdo de si, meditación, yoga interno u oración del corazón, todas las enseñanzas reales —independientemente de la complejidad de su forma exterior —se basan en este simple esfuerzo de estar presentes.
Las escuelas han existido desde que existe la humanidad. Se encuentran detrás de la historia de la humanidad —de hecho, podría decirse que son la historia real de la humanidad— recordándoles a los hombres y mujeres de todas las épocas su verdadera naturaleza divina. Podemos seguir el rastro de la firma de las escuelas en las pinturas rupestres de la prehistoria, las pirámides de Egipto, las cartas de juego medievales, las catedrales góticas y las esculturas mayas. Los mitos y alegorías de todas las tradiciones espirituales representan la lucha del héroe por resistir las tentaciones y distracciones de su ser inferior imaginario y reconocer a su amado, su Ser Superior.
Como esta lucha es objetiva, las escuelas han perfeccionado su conocimiento y sus métodos para el despertar, y estos han pasado de una escuela a otra bajo la forma de símbolos o claves. A medida que una escuela poco a poco se cristaliza en una religión formal —la zoroástrica, la judía, la cristiana, la hindú, la budista o la musulmana—, el significado interno se pierde fácilmente, porque la comprensión del significado interno requiere presencia. Entonces se promulga el significado exterior, como los sacerdotes mayas que literalmente “levantaron los corazones” de víctimas a los dioses, o los budistas que se cortan el cabello en lugar de cortar sus pensamientos, o los cristianos ascéticos que ayunan rehusando la comida, en lugar de abstenerse de la actividad mental. Una escuela real nos recuerda practicar el significado interno, que siempre apunta al mismo esfuerzo: el control de la imaginación con el fin de crear un espacio para la divina presencia sin palabras.