Todos tenemos recuerdos de momentos en los que hemos experimentado nuestra vida de una manera más plena, profunda y vívida. Quizás estábamos enamorados, o viajando a un lugar nuevo, o pasando por una fuerte experiencia (¡Golpeé ese coche!) o, simplemente, mirando un árbol por la ventana.
De pronto, el momento se vuelve más claro —el árbol que hemos visto cientos de veces, ahora es vibrante y nuevo. No estamos repasando el pasado o planificando el futuro. Tenemos la penetrante percepción de estar vivos en ese instante. Vemos nuestro cuerpo como parte del entorno —observamos cómo se mueve nuestra cabeza, cómo siente nuestro corazón y cómo piensa nuestra mente. Algo está lúcidamente presente, y no es ni un pensamiento ni una emoción ni una sensación física. Estamos vacíos y esto es una experiencia profundamente real.
Entonces el teléfono suena, un perro ladra y los detalles de nuestra vida se apresuran a llenar el vacío. Puede que intentemos volver a capturar ese estado, asombrosamente nuevo y familiar a la vez, pero se nos escapa. ¿Por qué no podemos simplemente estar ahí otra vez?