Para estar presentes tenemos que aprender a dejar de creer en nuestros propios pensamientos y sentimientos, con el fin de comprender que estos son transitorios e insubstanciales, que llenan el espacio que debería ocupar la presencia. Los momentos en que estamos sufriendo o nos sentimos tristes son en particular un desafío, porque son también los momentos en que nuestros pensamientos y sentimientos nos parecen más válidos, intensos y reales. Esto significa que el sufrimiento es nuestro mejor despertador, y que el uso correcto de nuestro sufrimiento es una de las formas principales de despertar al presente.
Realmente no transformamos nuestro sufrimiento, nos transformamos a nosotros mismos —cambiamos el foco de nuestra atención de la parte en nosotros que sufre, se resiente, o está triste, y lo reubicamos en el presente. Este proceso nos muestra que mucho de nuestro sufrimiento tiene lugar en la imaginación, y que las cosas no son negativas en sí mismas, solo nuestra actitud hacia ellas. Con una actitud correcta estamos abiertos a recibir ayuda de un nivel superior, de la presencia misma, lo cual nos permite no solo aceptar nuestro sufrimiento sino transformarlo en una experiencia completamente distinta. Sufrir nos ayuda a estar presentes y la presencia trasforma nuestro sufrimiento.
El sufrimiento esta entretejido en la vida humana sobre la tierra. No podemos evitarlo; en realidad, sin sufrimiento no podríamos despertar. Es, pues, una alegría aprender que la verdadera alquimia es la transformación del plomo del sufrimiento en el oro de nuestra propia presencia y descubrir las herramientas internas que hacen esto posible.